martes, 29 de noviembre de 2016

La otra cara del antifascismo.


 Por:  JTolkien Strasser. Nacional Anarquista.


El antifascismo es un fragmento ideológico de amplio alcance que hoy domina al conjunto económico, político y social. Todo el mundo es antifascista, todos excepto los “fascistas” lo son, todos, de cualquier tendencia política.




Históricamente, el antifascismo fue una estrategia soviética de lucha contra el fascismo que vino a sustituir a la anterior maniobra, ya fracasada, de los frentes populares. La creación de éstos fue aprobada por el Komintern en 1935 y pretendía la unión de comunistas con socialistas y otras fuerzas de izquierda.

 La estrategia del antifascismo trata, en cambio, de aglutinar a toda la oposición al fascismo, incluida la oposición burguesa. Involuntariamente supone el reconocimiento de que marxismo y liberalismo proceden de una misma cosmovisión. Políticamente prestó grandes servicios al bolchevismo de la época, aunque posteriormente las burguesías de Estados Unidos y del oeste europeo lo consideraron también útil para ellas. En ambos casos toma la forma citada de fragmento ideológico de amplio alcance, un mínimo común denominador de todas las ideologías no fascistas y no superhumanistas.

 El antifascismo no es en absoluto patrimonio de la extrema izquierda, ni de los sharperos o “guarros” (término coloquial ganado a pulso por éstos a fuerza de no lavarse y de utilizar un vestuario andrajoso), aunque estos elementos sí han hecho algo único con el antifascismo, que se comentará más abajo. El antifascismo es uno de los fundamentos ideológicos de este régimen y de esta sociedad. No descubro nada si afirmo que en Wall Street son antifascistas, tanto como en la sede de Izquierda Unida. Siendo esto así, hay, no obstante, determinados tipejos que lucen ostentosamente la denominación política de antifascistas. Son los mencionados antifascistas de extrema izquierda, elementos también conocidos como sharperos o “guarros” que, a falta de identificación nítida con alguna ideología política de izquierda concreta (socialdemocracia, comunismo, anarquismo, etcétera), la cual parece quedarles grande, se autodenominan antifascistas.

 Carece el antifascismo de extrema izquierda de un corpus teórico, con sus obras y sus autores característicos (algo que les da igual, pues esta gente no lee), así como de un modelo particular de sociedad que plantear y una forma de alcanzarla, como es el caso de los comunistas, o el de los anarquistas. El mismo análisis léxico revela que son puramente reactivos (antifascistas), no teniendo nada que ofrecer en términos de construcción o de creación social. A falta de una ideología propia, toman en la década de 1970 este fragmento ideológico creado por los comunistas soviéticos como estrategia política en un contexto determinado de la década de 1940, reciclado por la burguesía posteriormente, y hoy útil como unificador de toda ideología política conforme con el régimen, como si de una ideología política genuina se tratara. Para estos obtusos, que parcialmente terminan configurando una especie de subcultura juvenil, es más que suficiente. En la izquierda, quien no vale para otra cosa se hace antifascista. Entonces queda explicar el relativo éxito del antifascismo de extrema izquierda, el hecho de que semejante impostura no se haya disuelto sin más. Creo que su éxito está en la utilidad que los antifascistas de extrema izquierda tienen para los actuales regímenes del centro y oeste europeo, amalgama de liberalismo económico y socialdemocracia política y social. ¿Para qué sirven esta particular ideología sin textos, sin teóricos y sin propuestas positivas, y los adscritos a ella? La democracia burguesa actual (dictadura democrática para sus enemigos) debe garantizar sobre el papel una serie de derechos civiles y políticos para ser llamada democrática.

 Frente a la disidencia real, la policía de los estados organizados según el modelo de democracia burguesa no puede hacer ciertas cosas que este estado necesita hacer, sin contradecir flagrantemente este conjunto de garantías. Los antifascistas de extrema izquierda son los encargados de hacerles este trabajo sucio a los respetables antifascistas liberales y socialdemócratas. Puede decirse que los antifascistas de extrema izquierda son una policía alternativa de la que se dotan los regímenes burgueses demoliberales. Esto lo comenté en otra ocasión. Si un grupo auténticamente nacionalista y disidente convoca un acto de tipo pacífico y legal y logra las autorizaciones, en virtud de los derechos políticos de que el sistema se ha dotado, no puede el gobierno enviar a la policía a disolverlo sin entrar en contradicción evidente consigo mismo. Pero sí puede “disponer” de grupúsculos de antifascistas de extrema izquierda para que acudan a reventar el acto. Los sharperos le hacen a la burguesía ese trabajo policial. ¿Y cómo dispone el régimen de estos elementos? Por la propia obsesión de estos individuos hacia los “fascistas”, el régimen no necesita hacer nada para que los guarros actúen.

 No obstante, algunos de estos infames al servicio del capital, organizados como asociaciones culturales, reciben subvenciones. Por otro lado, la mayoría de estos hechos de gamberrismo político consistente en reventar actos políticos legales de la disidencia, suelen quedar impunes. Los antifascistas de extrema izquierda, amparados en la buena prensa de la que disfrutan (los medios del régimen les miman) y que les da un plus de legitimidad, saturan políticamente determinados barrios de muchas ciudades. Logran con eso apartar de la auténtica disidencia, que siempre es nacionalista y antiglobalizadora, a jóvenes que por situación objetiva de opresión y represión por parte del régimen serían candidatos a nutrirla. En lugar de eso, convertidos en los sirvientes de la burguesía, fortalecen las filas de la pseudo-oposición que representa el antifascismo de extrema izquierda, con su izquierdismo carente de táctica y estrategia, su xenomanía, su endofobia y su característica y repugnante apología del consumo de drogas, elementos todos que refuerzan al sistema. No quiero decir con esto que entre los antifascistas de extrema izquierda no haya numerosos miembros de origen burgués, un elemento característico y que sería interesante analizar.

 Pero cualquiera que conozca el ambiente de la juventud fascista y de la juventud antifascista podrá constatar que en parte está integrada por personas en situación social similar, personas que comparten una misma clase social trabajadora y un mismo territorio. Los antifascistas de extrema izquierda están obsesionados, como se ha dicho, con los “fascistas”, que son denigrados y criminalizados con la impunidad de la que solo disfruta el que es útil al régimen. Con ello, en la medida de sus posibilidades, distraen la atención de la gente a la hora de que ésta pueda identificar a los responsables de la degradación (o intensificación del capitalismo) actual en las naciones de Europa. Aquí hemos denunciado repetidamente quiénes son éstos: multinacionales, financieros internacionales, traficantes de la Bolsa y todo el entramado político-social a su servicio (en España hablamos del conjunto de partidos del arco parlamentario y de sus detestables políticos profesionales, desde Otegui hasta Rajoy, con sus privilegios y sus autonomías, de las inmundas patronales, de los nauseabundos sindicatos amarillos, de las grotescas ONGs inmigracionistas empeñadas en destruir nuestra autoctonía, etcétera).

 Otro servicio de los antifascistas de extrema izquierda, quizás el más importante, es que mantienen en el imaginario colectivo, escenificándola, la continuidad de la lucha fascismo/antifascismo, tan necesaria en unas sociedades edificadas sobre el consenso antifascista. Parece que se quiere transmitir que si hay antifascistas permanentemente en lucha es porque hay siempre malvados fascistas dispuestos a atacar a la sociedad y a su magnífico ordenamiento político democrático. Y esto hay que escenificarlo, para adoctrinamiento de las muchedumbres. Volvemos pues a encontrarnos a los antifascistas de extrema izquierda como fenomenales guardianes del statu quo, como eficaces paladines del gran capital.










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